Hace poco menos de un mes,
dirigentes de las ligas de usuarios del país se reunieron para darle una mirada
a las actividades desarrolladas por las organizaciones que integran la Liga
Nacional de Usuarios. Después de varios análisis de las condiciones de
prestación de los servicios públicos, concluyeron en la certeza de que la privatización
de empresas y bienes públicos, mediante la venta a menos precio -claro está- de
esos activos estatales, acarreó graves cargas económicas para los usuarios y el
país.
El alza permanente -en
porcentajes y a precios constantes- en las tarifas de los servicios públicos, la
conversión de estos en lucrativos negocios, con tasas de rentabilidad elevadísimas
y el rápido retorno de los capitales invertidos, hacen que las empresas sean parte
de las de mayores utilidades, activos, patrimonio y rentabilidad del país.
Las garantías dadas a los
inversionistas, a través de la Ley 142 de 1994 y demás normas, convierten a empresas
del sector en poderosos grupos económicos privados que, además de ser
monopolios naturales, actúan como amos y señores sobre bienes indispensables
para la vida. Las estatales, el grupo EPM de Medellín, las de Bogotá y Cali y
otras departamentales o locales están obligadas, por la legislación vigente, a
comportarse como cualquier empresa privada y, aunque quisieran actuar distinto,
están sometidas a privilegiar la obtención de la máxima ganancia de acuerdo con
lo prescrito en la Ley 142.
Uno de los aspectos relevantes de esa
transformación empresarial son los criterios que definen el régimen tarifario. El
artículo 87 de la Ley 142, garantiza que: “Si llegare a existir contradicción entre el criterio de eficiencia y el
de suficiencia financiera, deberá tomarse en cuenta que, para una empresa
eficiente, las tarifas económicamente eficientes se definirán tomando en cuenta
la suficiencia financiera. Lo que
quiere decir, en últimas, que las fórmulas tarifarias deben garantizar la suficiencia financiera de las empresas.
(Art 87.7)
Es claro también que las
Comisiones de Regulación, al elaborar las formulas para el cobro de las tarifas
a los usuarios, “garantizarán la
recuperación de los costos y gastos propios de operación, incluyendo la expansión,
la reposición y el mantenimiento; permitirán remunerar el patrimonio de los
accionistas en la misma forma en la que lo habría remunerado una empresa
eficiente… (Artículo 87.4 Ley 142).
Además, la Ley también definió
que las tarifas tendrían cargos por unidad de consumo, por cargo fijo y por
aportes de conexión, configurándose así, con absoluta certeza, que: “las tarifas deben reflejar siempre tanto el
nivel y la estructura de los costos económicos de prestar el servicio, como la
demanda por éste” según el artículo 87.1 de la mentada Ley.
En esas condiciones, las
comisiones de regulación elaboran las fórmulas tarifarias, las empresas definen
el cobro a los usuarios y estos se obligan a pagar. Pero, no hay nadie que
vigile que efectivamente esas tarifas, tengan en cuenta: “no solo los costos sino los aumentos de productividad esperados, y que
éstos deben distribuirse entre la empresa y los usuarios, tal como ocurriría en
un mercado competitivo; y que las fórmulas tarifarías no pueden trasladar a los
usuarios los costos de una gestión ineficiente, ni permitir que las empresas se
apropien de las utilidades provenientes de prácticas restrictivas de la
competencia” tal y como lo señala, también, el artículo 87.1.
Y esto lo punteamos, de una
parte, para reafirmar nuestra lucha contra la privatización de los servicios y
por la derogatoria de la Ley 142 de 1994 y, de otra parte, porque creemos que
las comisiones de regulación y las empresas, actúan sin vigilancia y control
efectivo por parte de los Usuarios.
“Los componentes reales, discriminados uno a uno, de las fórmulas
tarifarias, los aumentos en productividad o el traslado de las ineficiencias de
las empresas a las tarifas” y que estas imponen a los usuarios, no pueden estudiarse,
examinarse, conocerse y discutirse para proponer las modificaciones respectivas,
porque los usuarios no disponen de los recursos económicos, técnicos y
científicos que permitan confrontar las decisiones de las comisiones y, además,
no tienen quién los represente en las mismas.
Es conocido que las empresas, con
la anuencia de las comisiones, aceptan elevadas “pérdidas negras” o lesivas ineficiencias o sobrecostos, ajenos a
la gestión empresarial estrictamente hablando. Y nunca se ven repartidas las
eficiencias en las rebajas de las tarifas a los usuarios.
Por eso, los usuarios, a través
de sus organizaciones, deberían tener representantes auténticos en las comisiones
de regulación y disponer de los elementos necesarios para ejercer la labor de
vigilancia y control social que la constitución política otorga. Los afectados
por las elevadas tarifas deberían tener iniciativa legislativa para presentar leyes
que frenen o morigeren las alzas y demás exacciones que las empresas aplican
contra los usuarios.
La reunión de la Liga Nacional, decidió
organizar grupos de estudio que confronten las decisiones -de las comisiones de
regulación y las empresas- en las formulaciones tarifarias y que revisen la
aplicación que de ellas se hace. Lo que debe derivar en identificar cobros que deben
suprimirse y luchar por conseguir rebajas en las tarifas.
Estamos seguros de que en los
componentes tarifarios se cobran agregados que no deberían facturarse a los usuarios y sabemos de
deficiencias empresariales que se trasladan a las tarifas. Si por las
debilidades de las organizaciones y por la falta de conciencia y movilización
de los usuarios, no podemos derrotar la Ley 142, al menos exijamos que quienes
compran servicios públicos puedan conocer y revisar -de manera transparente- el
comportamiento de quienes definen y de quienes cobran las tarifas.
Veamos si las descomunales
ganancias de las empresas son justificadas y legitimas. Si no es así, esa será
una razón más para exigir se revisen los componentes tarifarios y rebajen las tarifas.
Y si es así, también será motivo para preguntarnos: ¿Deben continuar ganando,
las empresas, lo que están ganando? ¿Deben, millones de trabajadores,
subempleados y desempleados quitarse el pan de la boca para pagar tan onerosas
tarifas?
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